Gabriel Miró

Félix, doña Lutgarda y Silvio se recogieron en la sala de las andas. De nuevo cruzó por las paredes la sombra del Señor. Ya, entonces, había vuelto la furia del bombo, y las voces rezaron la letanía naciendo un temeroso rumor de oleaje.
Por mandado de la señora, el viejo cachicán de «La Olmeda» abrió las hondas bodegas, y un vaho de humedad, de toneles rancios, de piezgos y de lagares se esparció por todo el ámbito de la inmensa entrada.
Tía Lutgarda contaba al admirado Félix que esos rústicos cantores venían las noches de los sábados desde Posuna, y cruzaban los campos pidiendo para la fiesta de la Concepción en diciembre.

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