La carta que me había entregado, escrita con letra enérgica y dominante, decía así:
"Hotel Claridge, 3 de octubre
Querido señor Sherlock Holmes:
No puedo ver ir a la muerte a la mejor mujer que ha creado Dios sin hacer todo lo posible por salvarla. No puedo explicar las cosas, ni siquiera puedo intentarlo, pero sé sin duda alguna que la señorita Dunbar es inocente. Usted conoce los hechos, ¿y quién no? Ha sido el comadreo de todo el país. ¡Y ni una voz se ha levantado a su favor! Es la maldita injusticia de todo esto lo que me vuelve loco. (…) Si alguna vez en su vida ha mostrado toda su capacidad, aplíquela ahora a este caso.
Suyo atentísimo,
J. Neil Gibson."