Los partes de casamiento anunciaban que la bendición nupcial tendría efecto el día 3 de marzo, a la una en punto, en la iglesia de Santo Tomás de Aquino. Inútil parece advertir que se había colgado el altar y se había engalanado el templo como en las bodas de primera categoría.
El día 3 de marzo, a las ocho de la mañana, despertose espontáncamente L’Ambert, sonrió satisfecho a los primeros rayos del sol que penetraron alegres por su entreabierta ventana, tomó el pañuelo de debajo de la almohada, y se lo llevó a la nariz a fin de esclarecer sus ideas. Pero el pañuelo de batista sólo encontró el vacío: la nariz ya no existía.