En cuanto a don Modesto, también había acudido, pero con la consternación pintada en el rostro. Sus cejas formaban dos arcos de una elevación prodigiosa. La diminuta mecha de sus cabellos se inclinaba desfallecida hacia un lado. De su pecho se exhalaban hondos suspiros.
–¿Qué tiene usted, mi comandante? –le preguntó la tía María.
–Tía María –le respondió–, hoy somos 15 de junio, día de mi santo, día tristemente memorable en los fastos de mi vida. ¡Oh San Modesto! ¿Es posible que me trates así el mismo día en que la Iglesia te reza?
–Pero ¿qué novedad hay? –volvió a preguntar la tía María, con inquietud.