El 31 de agosto, el señor Le Bris, dichoso como un vencedor, dio un paseo a pie hasta la ciudad. El campo le agradaba, pero no desdeñaba tampoco una vuelta por la explanada donde le divertían las cornamusas de los regimientos escoceses. Además, contemplaba el humo de los vapores, creía aproximarse a París. Le agradaba también comer en compañía de los oficiales ingleses y curiosear después un rato por las calles comerciales.