El 9 de septiembre, por la noche, llegamos, por fin, a Hamburgo.
Imposible describir la estupefacción de Marta y la alegría de Graüben al vernos entrar por las puertas.
–¡Ahora que eres un héroe –me dijo mi adorada prometida–, no tendrás necesidad de separarte más de mí, Axel!
La miré, y ella me sonrió entre sus lágrimas.
Puede calcular el lector la sensación que produciría en Hamburgo la vuelta del profesor Lidenbrock. Gracias a las indiscreciones de Marta, la noticia de su partida para el centro de la tierra se había esparcido por el mundo entero. Pero nadie le creyó, y, al verlo de regreso, tampoco se le dio crédito.
Sin embargo, la presencia de Hans y las informaciones de Islandia modificaron la pública opinión.