Me sorprendió, por tanto, verle entrar en mi consultorio la noche del 24 de abril. Me chocó su aspecto, porque parecía más delgado y más pálido de lo normal en él.
–Sí, me he estado cuidando muy poco últimamente –observó en respuesta a mi mirada más que a mis palabras–.
Estos últimos días han sido muy agitados. ¿Le importaría que cerrara las contraventanas?
La lámpara sobre la mesa en la que yo había estado leyendo era la única luz que había en la habitación.
Holmes, caminando pegado a la pared, llegó junto a ellas y las cerró de golpe, echando después el pestillo.
–¿Tiene miedo de algo? –pregunté yo.
–Pues sí, lo tengo.