La última fecha conservada en la memoria del médico era la del cinco de diciembre, día en que se parapetó en su casa con el propósito firme de renunciar al mundo: a partir de allí, la realidad y la ficción se fundían en inextricable laberinto y, como sus paseos eran poco frecuentes, la ilusión persistió. La única persona que de tarde en tarde le visitaba, era Alfonso Sandoval, su amigo íntimo. Éste procuró arrancarle de la cabeza aquel inútil “odio al tiempo”, hablándole de su próximo enlace con Consuelo Mendoza, recordándole las bellezas del mundo y la posibilidad de matrimoniar con una joven guapa y rica, que le colmase de comodidades y de muchachos.