–No les haré perder el tiempo –dijo, incorporándose en su sofá–. Me zambulliré en el tema sin preámbulos. Yo, señor Holmes, era un hombre feliz y al que acompañaba el éxito, estando en vísperas de contraer matrimonio, cuando una terrible desgracia hizo zozobrar todas las perspectivas de mi vida. Estaba, como ya Watson le habrá informado, en el Foreign Office, y gracias a la influencia de mi tío, lord Holdhurst, alcancé rápidamente un cargo de responsabilidad. Cuando mi tío desempeñó el cargo de ministro del Exterior de este Gobierno, me encargó de varias misiones de confianza, que siempre llevé a cabo felizmente, debido a lo cual, llegó a tener la máxima fe en mi habilidad y en mi tacto. Hará diez semanas (para ser más exacto, el veintitrés de mayo) me llamó a su despacho particular, y, después de felicitarme por lo bien que había trabajado, me comunicó que me tenía reservada otra misión de confianza que yo debería llevar a cabo.