Al día siguiente, martes 30 de junio, a las seis de la mañana, reanudamos nuestro descenso.
Continuamos por la galería de lava. verdadera rampa natural, suave como esos planos inclinados que reemplazan aún a las escaleras en las casas antiguas. Así prosiguió la marcha hasta las doce y diez minutos de la noche, instante preciso en que nos reunimos con Hans, que acababa de detenerse.
–¡Ah! –exclamó mi tio–, hemos llegado al extremo de la chimenea.
Miré alrededor mío; nos hallábamos en el centro de una encrucijada, en la que desembocaban dos caminos, ambos sombríos y estrechos. ¿Cuál deberíamos seguir? Difícil era saberlo.