–¿Será para usted una gran felicidad –le dijo con una especie de cólera y con lágrimas en los ojos–, el haberme obligado a pasar por encima de todo lo que me debo a mí misma? Hasta el 3 de agosto del año pasado no había sentido sino aversión por los hombres que querían agradarme. Tenía un desprecio sin límites, acaso exagerado, por el carácter de los cortesanos, y todos los que en esta corte eran felices me desagradaban. Encontré, en cambio, muy singulares cualidades en un preso que el 3 de agosto fue traído a esta fortaleza.