13 de Marzo. – Ya estoy aquí otra vez. Perdónenme el plantón los que no quisieron volver atrás conmigo. Quedamos, si no recuerdo mal, en que mis futuros leyentes podrían decir: «Ya tenemos enamorado al confesor de sí mismo». Pues no hay aún motivo para suposición tan grave como la de que ardo en amores. Es tan sólo una dulce ilusión, un regocijo estético. Y al emplear este calificativo, no vacilo en asegurar que las dos señoritas de Socobio, Virginia y Valeriana (a la que llaman Valeria), conocidas por mí en los salones, más bien sala y gabinetes de D. Serafín de Socobio, no son prodigios de belleza.