–Te veo triste –le dijo Pauline, con la que coincidió en la galería de tapicería y alfombras–. ¿Necesitas algo? Dímelo, de verdad.
Pero Denise debía ya doce francos a su amiga. Y contestó, haciendo por sonreir:
–No, gracias… Es que he dormido mal… nada más.
Estaban a 20 de julio, en el momento de mayor pánico, en plena campaña de despidos. De los cuatrocientos empleados de la casa, Bourdoncle había barrido ya a cincuenta. Y corría el sordo rumor de nuevas ejecuciones.