El dos de septiembre era un día templado y apacible, pero el cielo estaba cubierto de nubes. Por la mañana temprano, vagaba sobre el Volga una ligera niebla y después de las nueve comenzó a lloviznar. Y no había ninguna esperanza de que el tiempo mejorara más tarde. Durante el desayuno Riabovsky decía a Olga Ivanova que la pintura era la más ingrata y la más aburrida de las artes; que él no era pintor y que solamente los tontos lo creían hombre de talento, y de repente, sin motivo alguno, cogió el cuchillo e hizo algunos cortes en el mejor boceto suyo.