Hay cosas que las personas pueden elegir sobre sus vidas y otras que les vienen dadas. O así debería ser. Yo nací un diecisiete de noviembre y me encontré impuesto hasta lo más elegible, como una pequeña princesa comprometida desde antes de dar sus primeros pasos a casarse con el rey de un lejano país, como un esclavo que llevara esas siete letras escritas en la sangre por la única razón de ser hijo de unas personas y no de otras. Como ellos, no pude elegir nada. Tenía veintinueve años.