Las damas se dirigieron á la puerta. El clérigo se dió un golpe en la frente como quien recuerda una cosa importante, y dijo á doña Paulita:
–¡Ah! señora mía, si tuviera usted la bondad de hacerme un favor…
–¿Qué, señor don Silvestre?
–Que se dignara usted repasar un sermón que he escrito y voy á predicar en San Antonio el 17 de Enero. Usted que es gran teóloga, y muchas veces me ha dado su opinión sobre otros grandes sermones míos, deseo que vea ahora éste.
–Yo no entiendo de eso –replicó la santa con repugnancia.
–Sí entiende –dijo Paz complacida.
–¡Qué modestia! –exclamó Entrambasaguas–. La santidad unida al talento.