Aquella tarde –según mi diario de bolsillo el día era el martes 18 de agosto– resonaban por lo menos seis o siete tambores desde lugares distintos. Unas veces su redoble era rápido, otras lento, otras veces entablaban evidentes diálogos, con preguntas y respuestas; uno de ellos rompía en un veloz staccato desde muy lejos, al este, y tras una pausa le respondía desde el norte un redoble profundo.