No he de molestar al lector con la relación detallada de este viaje, que fue en su mayor parte muy próspero. Llegamos a las Dunas el 13 de abril de 1702. Sólo tuve una desgracia, y fue que las ratas de a bordo me llevaron uno de los dos carneros; encontré sus huesos en un agujero, completamente mondados de carne. El resto de mi ganado lo saqué salvo a tierra y le di a pastar en una calle de césped de los jardines de Greenwich, donde la finura de la hierba les hizo comer con muy buena gana, en contra de lo que yo había temido.