Transcurrieron días, y semanas y meses. Anselmo había desaparecido, y tampoco se dejaba ver el registrador Heerbrand, hasta que el 4 de febrero a las doce en punto de la mañana se presentó en casa del pasante Paulmann, con un traje de última moda y de muy buen paño, medias de seda y zapatos, a pesar del gran trío que hacía, y un gran ramo de flores naturales en la mano, dejándole asombrado de su lujo.