27 de febrero. – Recogidos y alineados mis recuerdos, puestas en orden todas las piezas de la máquina cerebral para que no resulte desconcertado el grave relato de hoy, empiezo… Pero ¿por dónde empiezo? Naturalmente, por mi entrada en La Latina, por las palabras que dije a la tornera, la cual me mandó esperar un ratito… Yo no quitaba mis ojos de la reja, esperando a cada instante la conmovedora aparición del rostro de mi querida hermana. ¿La reconocería yo después de tanto tiempo? Habíanme dicho que de su singular belleza apenas quedaban reflejos pálidos.